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Haywaricuy; el susurro de la tierra

El pago a la Pachamama es un sagrado tributo, una danza mística entre dos mundos entrelazados. Es el susurro de la tierra, la melodía de susurros antiguos que convoca la alquimia de la gratitud y el respeto. Es un poema entrelazado entre las raíces de los Andes, una oda a la Madre Tierra, nuestra Pachamama.

Cuando los primeros rayos del sol acarician suavemente las cumbres de los Andes, el aire se impregna de una magia ancestral. En el silencio de la madrugada, los corazones se unen en reverencia, dispuestos a tejer una ofrenda amorosa para la Pachamama. Con pasos ceremoniales, personas de todas las edades emprenden un viaje hacia la tierra que nos nutre, llevando consigo tesoros de la naturaleza y plegarias tejidas con hilos de gratitud.

Las manos se unen en un vaivén armonioso, trenzando flores silvestres, frutos maduros, y hojas de coca en un tapiz multicolor, una sinfonía de aromas y colores que danzan al compás del viento andino. Cada pétalo despliega un mensaje de amor, cada semilla susurra un agradecimiento ancestral. Este ritual es más que un gesto, es la sinfonía de la vida misma elevada hacia la inmensidad del cielo.

El fuego cobra vida, danzando en la oscuridad de la noche, y en su calidez se funden los anhelos colectivos, las esperanzas y los anhelos de unión con la tierra que nos sostiene. Las llamas parecen resonar con los latidos del corazón de la Pachamama, llevando hacia ella los anhelos más profundos, como mensajeros de la conexión eterna entre la humanidad y la naturaleza.

Cada palabra pronunciada es un eco de veneración, un puente tejido con el hilo invisible que une todos los seres. La tierra misma parece susurrar palabras de gratitud, acogiendo el tributo con su suave palpitar. Los aromas de la tierra, la pureza del agua de manantial, la fuerza del viento se entrelazan en este ritual, cada elemento ofreciendo su voz a la sinfonía de agradecimiento.

A medida que la ofrenda toma forma, el tiempo se desvanece, y el espacio se convierte en un santuario de conexión profunda. Cada gesto es una plegaria, cada mirada una comunión con la esencia misma de la vida. Pachamama, en su grandeza silenciosa, parece bendecir cada acto de devoción con la promesa de fertilidad, equilibrio y armonía.

Finalmente, la ofrenda se despliega como un tapiz sagrado, una promesa tejida con el hilo de la gratitud. En cada petalo, en cada fruto, reside el eco de un compromiso eterno de cuidado y respeto. Este acto, más que una transacción, es un voto de amor inquebrantable hacia la tierra que nos abraza.

El pago a la Pachamama es el poema vivo de la gratitud, un canto de respeto entonado por generaciones. Es la danza eterna entre la humanidad y la naturaleza, una promesa de cuidado perpetuo y amor incondicional hacia la Madre Tierra.